miércoles, 3 de marzo de 2010

El dulce abismo*


* Título hurtado a canción de Silvio Rodríguez.

Las puertas de la percepción. Supongo que en el universo en que fue escrita esa frase –tan distinto al de la interpretación que yo pueda darle- algo tendría que ver la mescalina o alguna droga copada de la época. Yo -hay días- que estoy en otra cosa que no es el mundo y no puedo llegar al fondo de las cosas. Yo puedo sentir el viento de mil formas, admirar a alguien de mil formas, llorar de mil formas, ver un animal muerto en la ruta de mil formas, comer un lemon pie de mil formas, vestirme o desvestirme de mil formas, peinarme de mil formas, insultar a alguien de mil formas.
No. Estoy mintiendo. Quizás la cosa sea más simple. Llegar al fondo de las cosas, porque para mí todas las cosas tienen un fondo o por lo menos simpáticas u horribles líneas subterráneas que merecen ser leídas o simplemente disfrutadas o repudiadas asquerosamente y no desde la superficialidad de la cosa en sí (lo cual para mí en el sentido de profundidad es exactamente lo mismo). Me parece que las formas son dos, nomás. Pero el abismo es tan gigante que estar en esa cosa que no es el mundo –digo “esa” porque creo que ya retorné del “retiro espiritual” en el sentido de jubilación, de hecho el estar escribiendo es un resultado de haber retornado al mundo de la percepción- implica estar a miles de kilómetros en relación con realmente estar dentro del mundo. Supongo que sentir, sólo se trata de eso. Sentir o no.
Y sentir no es precisamente entender pero quizás en mí no haya otro modo de existencia que sentir y entender al mismo tiempo. Prefiero vincular el sentir con el leer, es menos pretensioso que aquello de entender. Si no leo mi goce cuando mi carne lo siente, si no leo mi dolor y lo dejo pasar como quien sobrevuela un texto en una obra de teatro, experimento un triste disgusto, una lástima por mí, un vacío por estar viva y sujetada a la horrible cadena de elegir no estarlo.(Lástima por mí. Qué horror. Y mientras escribo esto también me cuestiono por no escribir cosas más interesantes. Interesantes en el sentido de meter más a los otros y de ser más social, si se quiere. Las líneas subterráneas de uno mismo son las que casualmente no perdonan, creo).
Volví al mundo hoy. Me detuve en el colectivo –usualmente voy leyendo o escuchando música o mirando por la ventana- a observar a una niña. Ella iba mirando por la ventana, hasta que se detuvo a mirarme a mí. Y me sonrió. No sé por qué, pero encuentro una satisfacción parecida a la brisa en pleno verano en eso de que me sonría un niño. Me pregunto por qué motivo me sonríen los niños. Usualmente lo hacen. ¿Qué tendré? ¿Acaso tendré cara de niña? Ojalá. Cuando le regalan ese gesto a otro me produce horribles celos, celos que jamás sentí por nadie salvo por mi madre o mi abuela o mi prima. Será que los quiero de inmediato, aunque a veces sólo de lejos. Definitivamente, disfruto mucho de las expresiones nítidas de los niños. Supongo que me sonríen porque saben que siento algo de envidia por ellos. Ellos saben que extraño hacer burbujitas con la saliva o que me pierdo sonriéndole al espejo. ¿Será que me sonríen con sorna? Prefiero no pensarlo así. Si me gusta que los niños me sonrían, probablemente deba acercarme más a ellos. Pienso en mi mamá: su mundo. Su mundo es el de los niños. Tal vez deba acercarme más a ellos. Puedo hacerme un mundo lleno de sonrisas lejos del espejo que nunca más me devolverá mi sonrisa de niña, blanca y sin dejos de cigarrillo. Automáticamente le sonreí a esa niña yo también. Hubo un espejo invisible que el mundo depositó allí, entre nosotras.
Lo bueno de los niños es que ellos pueden no ser inocentes en muchas cosas, pero hay algo que es muy cierto (o no, lo estoy pensando aquí en este preciso instante en que mis dedos teclean buceando en la mente que escapa al hacer otra cosa que es parecida a ésta pero que no es pura invención, si es que esto lo es): no estoy tan segura de que ellos sepan totalmente por qué hacen lo que hacen y qué es lo que el resto de los humanos ve en ellos. ¿Qué efecto buscaba esa niña haciendo burbujitas? Supongo que no la devolución de mi mirada: eso llegó después, con la sonrisa. Cuando conozco demasiado a una persona, me da rabia. Me produce rabia, pobre persona. Porque después todo lo que hace me molesta. Es tan esperable lo que va a decir como lo que no, y yo sé que si fuese una fruta caería en mis manos sin cáscara, y así la devoraría. También sé que si fuese artista su espectáculo tendría menos atractivo que el demonio. Se caería a pedazos porque cualquier espectador notaría que está pidiendo a gritos que se rían o se emocionen a causa de lo que está haciendo. Pues bien: odio saber el antes de todos tus actos y que proyectes que tales o cuales cosas pueden hacerme rabiar y que tales o cuales cosas pueden suscitarme admiración. Pero nunca vas a saber que me dirijo a vos del mismo modo que no sabés que puedo desnudarte tanto. No creo que seas así con todo el mundo. Sólo conmigo. De todas maneras sabé que me da rabia todo, no sólo aquello que buscás que me produzca rabia.
¡Pero es que no me das rabia vos! Me da rabia ponerte en pelotas tan fácilmente.
Hay gente que me da luz. Esa, es más difícil de entender. Me parece que descubrí algo nuevo: hay gente que siento y gente que entiendo. Aquella que siento, es la que intento leer despacito. Y no quisiera nunca llegar a entenderla, estimo que nunca lo haré tampoco porque no tengo un olfato desarrollado en la materia ni me interesa. De hecho le escapo. El trayecto sin destino de la lectura me sienta bien, sí.

Mundo: sólo te pido que sigas abrazándome con tus poderosos tentáculos.

1 comentario:

  1. "no estoy tan segura de que ellos sepan totalmente por qué hacen lo que hacen y qué es lo que el resto de los humanos ve en ellos. ¿Qué efecto buscaba esa niña haciendo burbujitas? Supongo que no la devolución de mi mirada"

    me quedé con eso porque me llamó la atención esa cualidad que tienen los chicos de hacer las cosas solo por hacerlas, no porque esten esperando algo de alguien... eso viene solo.

    gracias!

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