jueves, 27 de mayo de 2010

El mundo nunca es de los otros.-


*Escultura de Edgar Degas.

La historia no tiene principio ni fin ni nudo ni clímax. La historia es real pero tiene personajes sin nombre. La historia tiene cuatro protagonistas: persona 1, persona 2, persona 3 y persona 4.
Bien.
Persona 1, persona 2, persona 3 y persona 4 comparten mesa. Charlan, se ríen, bromean. Se miran, buscan complicidad. Con la sonrisa, con la mirada. Persona 1, persona 3 y persona 4 coinciden en sintonía. Están a gusto. No hay un más allá. Ahora, persona 2 no entiende nada. O todo, sólo que quiere guardar ese tesoro únicamente para sí.
La mirada de los otros la incomoda. Necesitaría estar a solas en este momento (o con un gato). Sola, en un bosque. Desnuda, pero sola. Burlarse de todos desde el triunfo de la soledad, tan bella cuando se puede devorársela como a una fruta. Precisamente eso es lo que está haciendo: se burla, pero le da un poco de vergüenza. Y se burla por la ignorancia de los demás, ignorancia que no está relacionada con un objeto externo. Simplemente, es la ignorancia de no saber qué acontece (en el cuerpo, en la mente) de persona 2. Persona 2 está en otra. Ha viajado. Es ella la que está en un más allá, en una posición metafísica está su ser.
Todo le molesta a persona 2. Ha encontrado un camino de luz sin linternas ajenas. Está bien así.
Bebe un sorbo y se ríe.
Los ojos, achinados. Alguien se percata. Y la mira. Pretende ingresar en ese terreno inquieto y baldío que es la soledad cuando se está con gente (algunos tontos creen que eso es triste). Persona 2 se ríe. No puede evitarlo. Persona 3 está absorta. Quiere entrar…Pero no puede.
Persona 2 se niega.
No.¿Cómo vas a hacerle eso? Dejala.
Persona 2 le pide que por favor deje de mirarlo. Luego pedirá que no le saquen fotos. Por favor, hazlo. No me mires, le dice. No me mires a mí, mirá a otro.
Persona 2 regurgita humildad. Persona 3 lo nota. No, no es humildad. Es egoísmo. Persona 2 tiene algo que los demás no tienen. No lo quiere compartir. Persona 3 no puede seguir jugando. No quiere. No le gusta. Se siente excluida. Cavernas puras: una vez que se vio la luz, hay que salir para siempre. Persona 3 entiende que persona 1 y persona 4 están afuera, pero ni siquiera puede invitarlas, pues ella no es quien tiene el poder. Es persona 2, y mientras persona 2 siga hundida en su hermosa estupidez, ella entonces no podrá ingresar, de manera que tampoco podrá invitar a nadie al castillo.
Persona 3—(con desesperación) Persona 2, ¿dónde estás?
Persona 2—Estoy en el lugar donde vos querés estar.
Persona 3 tiene rabia, angustia. La rabia llegó luego de la angustia, en realidad. La angustia es producto del silencio, casi siempre. Se siente rabia por palabras ajenas. Persona 3 tiene desconcierto, ganas de vomitarle en la cara a persona 1 y 4, pero a persona 2 la sigue amando con locura. Más misterioso aún todo, pensó. La fuerza de lo impenetrable. Ese paisaje magnífico en el que persona 2 estaría alojado. Stairway to heaven. Persona 3, de pronto, siente que persona 4, algo bruscamente, ingresa al juego. Lo curioso es que persona 4 está comenzando a obnubilarse. Así, sin una cuestión progresiva. Se desata persona 4, ¡quiere jugar! Quizás nunca haya jugado a nada así. O por lo menos su percepción siempre ha sido un abanico cerrado, roto, despojado de deseo (nada funciona sin él). Se aprende cuando no se entiende, piensa persona 4. No estoy entendiendo pero cómo me gusta…
Persona 4 observa de reojo a persona 3. La teoría del espejo lacaniana en movimiento. Persona 4 comienza a desear a persona 3. No con tanto fanatismo como persona 3 miraba a persona 2, pero aún así eso es lo que está sucediendo (no todos tienen el mismo ritmo en esto de la identificación). Persona 3 cambia su objeto de atención. Se olvida, por un instante, de persona 2. Se olvida del paraíso impoluto de flores celestes en el que quizás se encuentre su mente. Se va. Se esfuma. Clava su mirada en persona 4. ¿Por qué? Siente los hilos del deseo mecerse en el aire. Ahora persona 3 está contenta: alguien está deseando estar en su lugar. Su lugar toma la forma del deseo. Increíble. Y así se percata de la sensación de persona 2. Sólo cuando persona 3 sintió que persona 4 quería estar en su lugar (en el de persona 3), persona 3 se olvidó de persona 2 y sintió un goce extraordinario: el de la posesión de algo que no tenían los otros. Sintió que el único lugar posible en el que se podía estar en ese momento era en el que otros deseaban estar. Allí el goce alcanzaba su cauce. Sola, se desnudó.

No es que el mundo es siempre de los otros. El mundo, en ese momento, pasó a ser de persona 3. Y si el mundo era de los otros, entonces había otra cosa más grande que el mundo que pasó de persona 2 a persona 3. Plusvalía, le dicen.