lunes, 29 de noviembre de 2010

Sin Dios.-


Confieso que no tengo Dios. Desde que se murió mi abuelo no tengo Dios. Yo le pedí, le pedí que él mejorara --tenía doce--, leía sola la Biblia todas las noches --sin entender nada--, sabía el Credo, el Ave María y el Padre Nuestro y hasta una oración que no sabía casi nadie. No solamente estoy bautizada. También tomé la comunión, y la seguí hasta la confirmación. En suma, pasé alrededor de seis años en la Iglesia y la verdad es que no fue por empuje de mis padres que casi nunca fueron a misa; se ve que de chica creía de verdad, necesitaba creer que todo eso que me decían era una verdad y que había en lo celestial un poder latente que yo podía usar a mi gusto. Para aprobar exámenes, para que un chico me quisiera, para que viniera rápido el colectivo, para salvar a mi abuelo.
Si todo lo que era detalle no se cumplía no me afectaba. Pero cuando el abuelo se murió me quedé sin fe. Sin Dios.

Quedarse sin Dios fue un tiempo conocer el desamparo.

Después vendría leer a Galeano y profundizar en todo lo que pasó en Latinoamérica. Y la cantidad de pavadas que impone la Iglesia. Pavadas, a mi entender (por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...).

Y eso que de chica tenía intuiciones de otra cosa. De otras fuerzas dominando el universo.
--Yo creo en la reencarnación. Para mí, cuando alguien se muere su alma pasa al cuerpo de otra persona y...-- lanzó Fede, un compañerito de la escuela, en plena "clase" de catequismo. No terminó la frase.
Pero yo, que jamás había escuchado hablar de eso, grité "sí, sí, yo también".
--NOSOTROS no CREEMOS en eso-- corrigió la catequista.

Ahora tampoco creo en eso. Creo que creer en eso genera cierto alivio. Ya voy a volver, transformada. Nadie se imagina siendo un gusano en su próxima vida. Nadie siendo una vaca que desembarca en el matadero.

Siempre digo que "creo en lo que veo". Y sin embargo, hay circunstancias en las que la vida me parece mágica. Aquellas que algunos llaman casualidades. Imagino al azar como una suerte de batalla naval, un esquema de posibilidades. Pero me pregunto si realmente todo es tan matemático. Cuando pienso en una persona y de repente aparece caminando por la calle, sinceramente no puedo creerlo.

Tampoco cuando escucho la misma palabra 3 veces en un día, habiéndome topado con ella por primera vez.
Cuando digo una palabra y justo la leo de repente.
Tampoco cuando pienso en cómo conocí a algunas personas.

Ahí vuelvo a creer en algo. Y no sé qué es.