viernes, 25 de septiembre de 2009

Cáscaras


La flor no estaba tan podrida en ese jarro
(el agua sí)
y de pronto en un bar el libro se abrió
y la historia comenzó de vuelta.


Como todo, como siempre
ver el espejo cambiar,
y sonreír y llorar de nuevo
aunque la canción sea la misma.


El bar vio pasar los años
(insisto con el paso del tiempo).
La quietud de la noche
aquietó los días.


Estática soledad,
sumergida en el mar más tranquilo.
Si es que las voces cambiaron,
la canción sigue siendo la misma.

Y de pronto
hay un mundo afuera.
Los pájaros vuelan.
El corazón, de repente, hipnótico.
Los ojos hablan más que nadie.
Y el vértigo:
incertidumbre moldeada a gusto.

La niña me miraba fijo en esa plaza
a la que nunca había ido pero igual
le gustaba. Sí, le gustaba.
Se hamacaba y salió volando
y se cayó y se río dulcemente.
Nadie fue a ayudarla, nadie.
Pero ya no estaba lastimada.

Nada que temer.