domingo, 27 de septiembre de 2009

Domingo sepia.-


Despierto de una noche en la que nada soñé,
es tan triste no reflejarse en aquellas figuras.
La brisa corre por la ventana
y se inmiscuye en la piel de nadie.
Es domingo, domingo otra vez.

Es domingo y todo se vuelve sepia.
Es domingo y en la calle se detienen las pisadas.
Es domingo y todo se cierra,
pero las heridas se abren como puertas del miedo.

Quedan muchos domingos por andar
y me siento un trompo estático de pronto
manejado por dedos extraños.
Qué lindo sería salir a caminar.

El sillón invadido por el cuerpo de un otro,
la cabeza refresca antiguas palabras,
las palabras viejas toman vida de pronto:
son silvestres, naturales en este domingo sepia.

El domingo: es que trae todo lo especial,
es que las sensaciones son corrientes de puro placer
o dolor.
Y el domingo, creo, se parece al ayer.
Sí, es el día más parecido al ayer.

Y me ciegan los fantasmas que nunca soñé,
abro la persiana y entran de pronto.
Los recuerdos espectrales de un amor viejo,
amistades que en un campo verde de domingo murieron.

Miro la ventana y llovizna.
Miro el domingo, llovizna.
¿Y qué sería del domingo sin llovizna?
¿Y qué sería de la llovizna sin algo de domingo?

viernes, 25 de septiembre de 2009

Cáscaras


La flor no estaba tan podrida en ese jarro
(el agua sí)
y de pronto en un bar el libro se abrió
y la historia comenzó de vuelta.


Como todo, como siempre
ver el espejo cambiar,
y sonreír y llorar de nuevo
aunque la canción sea la misma.


El bar vio pasar los años
(insisto con el paso del tiempo).
La quietud de la noche
aquietó los días.


Estática soledad,
sumergida en el mar más tranquilo.
Si es que las voces cambiaron,
la canción sigue siendo la misma.

Y de pronto
hay un mundo afuera.
Los pájaros vuelan.
El corazón, de repente, hipnótico.
Los ojos hablan más que nadie.
Y el vértigo:
incertidumbre moldeada a gusto.

La niña me miraba fijo en esa plaza
a la que nunca había ido pero igual
le gustaba. Sí, le gustaba.
Se hamacaba y salió volando
y se cayó y se río dulcemente.
Nadie fue a ayudarla, nadie.
Pero ya no estaba lastimada.

Nada que temer.

jueves, 10 de septiembre de 2009

La vidriera de las vanidades

Miro la vidriera de las vanidades
-¿A dónde me metiste?
Donde no quería estar.
Tu esplendor se apagó,
y estos prestidigitadores de la realidad
y de mí
y de vos
bailan un cínico valls en el medio de la sala.

Me subí al escenario
y me caí
(o me tiraron)
y a propósito lloraste
(o te reíste)
y el vaso se colmó.

Porque esta distancia está tan buena, amor.
Pero si pudieras clavar la mirada en tu interior
(no en tu exterior)
quizás serías un poco más feliz
(y yo)

Un cigarrillo no me vendría nada mal esta noche.
Noche oscura de caras largas,
de miradas turbias.
Cejas estresadas de tanto ascender,
bocas entreabiertas del asombro de no asombrarse,
uñas pintadas de todos los colores
(no pego, yo me las como).

Y estás ahí,
y estoy yo ahí
y la espuma inunda el suelo
y -como la magia es de cristal-
¿no te dije?: a veces se rompe.