martes, 6 de julio de 2010

Nido de palabras.-

Cuando hoy le pedí a un amigo que me contara sobre su vida, simplemente le dije: "¿Qué onda?". Entonces, él me respondió: "¿Qué onda con qué?". Le pedí que me contara aquello que no se ve. Y entonces caí en la cuenta de la pirueta que mi cabeza estaba haciendo: aaaah, entonces para mí la vida es lo que no se ve.

Leí el otro día una frase de Pessoa que decía que mientras más hablamos, más desconocidos nos volvemos. O algo así como que hablar era la mejor forma de volvernos desconocidos.

Yo hablo mucho, pensé. Incluso sola. Mi cabeza es un nido de palabras.

¿Entonces eso es lo que realmente soy? ¿Lo que no digo? A mí primera psicóloga le dije que decía todo lo que pensaba. Mientras Freud me increpaba desde una pared que es mejor olvidar, me dijo: "Daniela, el mundo sería un caos si todos dijéramos lo que pensáramos".

Cerré la boca aunque quise putearla o dar un portazo. Odio que los psicólogos tengan razón.

Pero en este vaivén (léase, texto) hay palabras que callan. Casi tanto que soy una desconocida para mí. ¿Hay algo más atractivo que despertar cada día sintiéndose nuevo? No sería sentirse extraño, sería como calzarse una camisa de la feria americana y decir: fuiste (de) otro/a, ahora sos mío/a, en algún lado se supone que decía que te iba a tocar. Una resurrección.

Ella.-


lunes, 5 de julio de 2010

Cadena para veinteañeros.-


¿Qué es lo que me produce miedo de crecer? Ayer tenía catorce años y luchaba con mis padres para que me dejaran salir más. Quería que me dejaran salir hasta más tarde. Hoy tengo veintitrés.
Ahora es la gran etapa de las amigas que se van a vivir solas.
También pareciera ser la etapa en la que una se siente tan cerca de alguna gente: como hermanada en esencia. Nos sentimos más firmes, creemos que hay cosas nuestras que no van a cambiar. Entonces nos aferramos a los que creen que esas cosas tampoco van a cambiar en ellos. Siempre fui celosa, posesiva. Ahora lo soy más.
También es la etapa en la que otros no nos entienden. Parece que así será toda la vida. Es la etapa en la que en tu pieza se juntan un viejo sticker de Kosiuko (que, para peor, te regalaron, porque aunque nunca tuviste esa ropa alguna vez la anhelaste) y libros de los más variados. Pero, casi sin darte cuenta, le vas dando forma a tu biblioteca: estás buscando no referentes, sino caminos andados que te digan cómo se sigue.
Abrís el cajón y se caen recibos de sueldos de Mc Donald’s, una foto de un amor de adolescencia y alguna carta que te hizo llorar (esto parece una cadena para veinteañeros…).
De repente, estás atascadísima en tu casa por una nota. Alguien no te atiende. Y puteás. Y te decís cuándo fue el momento en que aceptaste esta responsabilidad. Tener veintitrés años y andar corriendo a la gente. Pero te sentís plena. Sentís que te corre sangre. Transpirás. Y ahí te acordás del porqué.
De pronto llega el sábado y te querés olvidar de todo.
Hubo un momento en el que todo empezó a andar y no te diste cuenta. Sabías que no tenías otra cosa en la vida que te gustara más que jugar. Y fue lo que siempre hiciste. Pero te tuviste que tomar el juego enserio, tal vez promediando los dieciocho.
Llegó un momento en que tu pieza te empezó a quedar chica y sentís que necesitás… tu espacio. Uno que te abrace a vos y que te revolee de prepo al mundo. Que puedas hacer la tuya adentro y afuera.
El sticker se burla de vos porque no lo podés extraer del espejo. Ese viejo jean te parece ropa de idiota, de pendeja tonta. Y no encontrás nada mejor que la ropa de tu vieja.
Hay cosas que nunca se pierden, claro: los mates de la abuela tienen el mismo sabor que antes. Y los querés tomar siempre.
De repente te das cuenta de que tu mejor amiga es la soledad. Como siempre. Pero hay un grupito de gente que amás con toda la locura del mundo. Y que estar con los demás te hace bien.
Y que te gusta jugar, como antes.
Y que tus rulos se reproducen en masa.
Te ponés triste porque creés que hay cosas que no vas a ser nunca. No es así, te consolás.
El aroma a sahumerio de tu ex inunda tu pieza. Sonreís por la magia del recuerdo.

Supongo: el miedo a crecer es una respuesta obvia ante la mueca paradójica de la vida, esa que me hace sentir que la rueda gira sola, pero que me hace caer en la cuenta de que casi todo lo elegí yo.

viernes, 2 de julio de 2010

Ser o no ser.-


Esa frase, para mí, refleja las dos formas auto-generadas de sufrir: se sufre por miedo o por autenticidad.