sábado, 29 de mayo de 2010

Llovía.-

--Estoy viendo cosas raras--dijo ella.
--Decime--rogó él.
--No puedo. No las puedo explicar, no me entenderías.
--Dale... decime.
--No.
--¡Qué mala que sos!
--Está bien... ¿viste aquél edificio? Lo veo viejo. Vi una luz naranja por la ventana, una persiana maltrecha y ajada, y justo pasó el tren e hizo ruido. Y el resto de las persianas, cerradas. Eso: de repente vi todo viejo.
--...
--...
--Ja. Ja, ja.
--¿No te das cuenta de que todo parece antiguo hoy? Todo parece viejo. Es más: juraría que todo está igual desde que vos y yo nacimos.
--Pero eso no significa que todo esté viejo --la calmó él--. Significa simplemente que fue hecho hace tiempo.
--Eso es lo mismo que algo que es viejo.
--No, no es lo mismo. En todo caso, los viejos somos nosotros.
--...

Y ellos se conocían desde hacía tiempo.

jueves, 27 de mayo de 2010

El mundo nunca es de los otros.-


*Escultura de Edgar Degas.

La historia no tiene principio ni fin ni nudo ni clímax. La historia es real pero tiene personajes sin nombre. La historia tiene cuatro protagonistas: persona 1, persona 2, persona 3 y persona 4.
Bien.
Persona 1, persona 2, persona 3 y persona 4 comparten mesa. Charlan, se ríen, bromean. Se miran, buscan complicidad. Con la sonrisa, con la mirada. Persona 1, persona 3 y persona 4 coinciden en sintonía. Están a gusto. No hay un más allá. Ahora, persona 2 no entiende nada. O todo, sólo que quiere guardar ese tesoro únicamente para sí.
La mirada de los otros la incomoda. Necesitaría estar a solas en este momento (o con un gato). Sola, en un bosque. Desnuda, pero sola. Burlarse de todos desde el triunfo de la soledad, tan bella cuando se puede devorársela como a una fruta. Precisamente eso es lo que está haciendo: se burla, pero le da un poco de vergüenza. Y se burla por la ignorancia de los demás, ignorancia que no está relacionada con un objeto externo. Simplemente, es la ignorancia de no saber qué acontece (en el cuerpo, en la mente) de persona 2. Persona 2 está en otra. Ha viajado. Es ella la que está en un más allá, en una posición metafísica está su ser.
Todo le molesta a persona 2. Ha encontrado un camino de luz sin linternas ajenas. Está bien así.
Bebe un sorbo y se ríe.
Los ojos, achinados. Alguien se percata. Y la mira. Pretende ingresar en ese terreno inquieto y baldío que es la soledad cuando se está con gente (algunos tontos creen que eso es triste). Persona 2 se ríe. No puede evitarlo. Persona 3 está absorta. Quiere entrar…Pero no puede.
Persona 2 se niega.
No.¿Cómo vas a hacerle eso? Dejala.
Persona 2 le pide que por favor deje de mirarlo. Luego pedirá que no le saquen fotos. Por favor, hazlo. No me mires, le dice. No me mires a mí, mirá a otro.
Persona 2 regurgita humildad. Persona 3 lo nota. No, no es humildad. Es egoísmo. Persona 2 tiene algo que los demás no tienen. No lo quiere compartir. Persona 3 no puede seguir jugando. No quiere. No le gusta. Se siente excluida. Cavernas puras: una vez que se vio la luz, hay que salir para siempre. Persona 3 entiende que persona 1 y persona 4 están afuera, pero ni siquiera puede invitarlas, pues ella no es quien tiene el poder. Es persona 2, y mientras persona 2 siga hundida en su hermosa estupidez, ella entonces no podrá ingresar, de manera que tampoco podrá invitar a nadie al castillo.
Persona 3—(con desesperación) Persona 2, ¿dónde estás?
Persona 2—Estoy en el lugar donde vos querés estar.
Persona 3 tiene rabia, angustia. La rabia llegó luego de la angustia, en realidad. La angustia es producto del silencio, casi siempre. Se siente rabia por palabras ajenas. Persona 3 tiene desconcierto, ganas de vomitarle en la cara a persona 1 y 4, pero a persona 2 la sigue amando con locura. Más misterioso aún todo, pensó. La fuerza de lo impenetrable. Ese paisaje magnífico en el que persona 2 estaría alojado. Stairway to heaven. Persona 3, de pronto, siente que persona 4, algo bruscamente, ingresa al juego. Lo curioso es que persona 4 está comenzando a obnubilarse. Así, sin una cuestión progresiva. Se desata persona 4, ¡quiere jugar! Quizás nunca haya jugado a nada así. O por lo menos su percepción siempre ha sido un abanico cerrado, roto, despojado de deseo (nada funciona sin él). Se aprende cuando no se entiende, piensa persona 4. No estoy entendiendo pero cómo me gusta…
Persona 4 observa de reojo a persona 3. La teoría del espejo lacaniana en movimiento. Persona 4 comienza a desear a persona 3. No con tanto fanatismo como persona 3 miraba a persona 2, pero aún así eso es lo que está sucediendo (no todos tienen el mismo ritmo en esto de la identificación). Persona 3 cambia su objeto de atención. Se olvida, por un instante, de persona 2. Se olvida del paraíso impoluto de flores celestes en el que quizás se encuentre su mente. Se va. Se esfuma. Clava su mirada en persona 4. ¿Por qué? Siente los hilos del deseo mecerse en el aire. Ahora persona 3 está contenta: alguien está deseando estar en su lugar. Su lugar toma la forma del deseo. Increíble. Y así se percata de la sensación de persona 2. Sólo cuando persona 3 sintió que persona 4 quería estar en su lugar (en el de persona 3), persona 3 se olvidó de persona 2 y sintió un goce extraordinario: el de la posesión de algo que no tenían los otros. Sintió que el único lugar posible en el que se podía estar en ese momento era en el que otros deseaban estar. Allí el goce alcanzaba su cauce. Sola, se desnudó.

No es que el mundo es siempre de los otros. El mundo, en ese momento, pasó a ser de persona 3. Y si el mundo era de los otros, entonces había otra cosa más grande que el mundo que pasó de persona 2 a persona 3. Plusvalía, le dicen.

lunes, 10 de mayo de 2010

Sinsentido noctámbulo.-


*Dibujo de Eu "la excitante" Foguel

Se veía que había agua en el espejo. Ella pasó su mano por el espejo. El agua no salía del espejo.
En la partecita en la que había agua, en el espejo, nada de su cuerpo se veía. Se volvía invisible frente al agua. El agua estaba empezando a expandirse por el espejo. El agua era azul.
Quiso conquistar el agua. Tiñó de azul su vestido más blanco.
No funcionó.

Entonces se desnudó.
Recién allí pudo verse; azul su cara, azul su cuerpo y sus manos. Azul toda ella.

Dejar que la realidad invada los sentidos. No teñirlos a ellos para que la realidad sea otra.
Nada de lo que tiñas puede ser sincero.

viernes, 7 de mayo de 2010

Historia de amor callejera.-

El día anterior había visto a un pibe en una esquina. La típica: cruzábamos miradas, nos avergonzábamos y nos ocultábamos en el convencionalismo de que no hay que mirar, porque se sabe que nada pasará, porque somos extraños y porque estás esperando a tu novia. Bueno, la que llegó --estimo-- no era una novia, porque no se agarraron de la mano ni se besaron al verse, y porque además compartían uniforme de lugar de estudio. Por las dudas, aclaro, no era una escuela, sino un instituto de educación física cuya formación otorgaba al muchacho una espalda interesante, un cuerpo sólido parado allí en una esquina para mi puro deleite, en esa esquina en la que yo también esperaba a un amigo, con el cual luego compartiríamos no uniforme pero sí borcegos que esa tarde fuimos a comprar.
Me atrevo a decir que soy una mujer a quien no espantan los piropos. Las mujeres que dicen que odian los piropos me generan cierta desconfianza. Claramente, los hombres desconocidos que en una oración deslizan el verbo "chupar" no me hacen gracia, pero no considero a eso un piropo, aunque decir grosería me suena de vieja de Recoleta. De hecho, los piropos en la calle me divierten más que lo que pueda suceder en un bar, en una discoteca. Ese halo de lo inalcanzable que tiene la calle me gusta. ¿Quién no tuvo un amor de colectivo? Dolina hablaba de la gente que está esperando el subte que viene del lado contrario... Los amores de calle son mi peor frustración, porque no puedo hacer absolutamente nada frente a ese tipo de sentimientos bruscos, repentinos pero --no sé por qué-- en mi caso, inolvidables.
Recuerdo otro, sí, un pibe en un colectivo. Inmenso.
Pero la historia de amor callejera más copada que tuve en estos días fue otra. Iba caminando, como todos los días de mi vida, por mi cuadra. Tres pendejos iban adelante. Una cuadra adelante, incluso. Uno se da vuelta. Me mira. Cuando digo pendejos, es porque calculo que rondaban los diez y doce años. El que me mira le dice algo al de la otra punta. Me mira. En eso, veo que los tres se detienen. Uno se oculta detrás de una camioneta. Los otros dos se quedan parados, cerquita del cordón. Yo caminando, los alcanzo. Veo que se me acercan. Me frenan. Me quito el auricular del oído para escucharlos.
--Mi amigo dice si da para un trance...
El sol iluminando al pendejo que estaba escondidito detrás de la camioneta. Apenas se le veían unos cabellos que el viento movía. Yo esbocé una sonrisa. Ternura, sentí. Pero la palabra "trance" me hacía ruido. Apenas sabía que se seguía usando. De hecho, pensé, jamás me pidieron literalmente "un trance". Generalmente "trance" se troca por el más sutil y musical "beso". No sé por qué, en ese instante se me vinieron recuerdos de mis primeras épocas, mis primeros chicos, mis primeros besos (o trances). Los doce años, esa etapa en la que se va configurando el diccionario relacional de la vida. Majito. Pantalones blancos, rulos sueltos, plataformas. Qué lindo. Y la inocencia, porque a los doce años me acuerdo que mis compañeras transaban todas, y se subían arriba de mis compañeros, pero yo miraba. Y eso que estaba rotundamente enamorada de Juanma, desde los nueve. Y los dos estábamos enamorados. Él me lo dijo en la fila: "me gustás". Y yo me fui corriendo a lo de mi prima, un poco por la timidez del momento y porque todos lo estaban avivando, y otro poco por la ansiedad de contárselo a ella. Juanma, ¿qué será de su vida? Cuando tenía Facebook, me acuerdo, lo busqué. Pero no estaba. Era obvio: Juanma no iba a tener Facebook, era un tipo demasiado simple, austero, de la calle. Me gustaba eso, el contraste. Juanma era un vago de la calle, a sus 12 años. Tenía corte taza en una época, ojos verdes, gigantes, una sonrisa esplendorosa y blanca. Y yo me acuerdo que Juanma quería que fuéramos noviecitos o darme un beso, y me acuerdo que mi mamá o se enteró --porque era maestra en mi misma escuela-- o yo le conté --pequeña idiota-- y me dijo: "Está bien, pero no se van a andar dando besos". Ese beso con Juanma nunca llegó. Se lo expliqué en una carta que le di a un tercero para que se la diera, y que después pedí que por favor no se la diera. Al final no sé si la leyó. Y además, por esas casualidades de la vida, en la botellita nunca nos tocó besarnos. Y yo, además, era medio lela y huía despavorida cuando llegaba el momento de los "trances".
Después de mi sonrisa, la ternura y los recuerdos, temí herir el orgullo de aquél niño escondido detrás de la camioneta. Como si estuviéramos en una discoteca o como si yo misma tuviera apenas doce años o por la sola costumbre humana de liberarme de la culpa y echársela a un objeto externo, le contesté a sus amiguitos....
--Mmm, no puedo, che. Tengo novio.
Y seguí caminando, pero convencida y contenta de que hay amor o trances disponibles en la calle.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Lorna


Se miraba al espejo y pensaba
No sé qué carajo soy
Por qué tengo que definirme
Mujer o hombre
No
Son palabras
Bueno ellos tienen algo que yo no
Al fin y al cabo…
¿cuánto influye eso en cómo soy?
Sí. Mucho.
Y después se daba cuenta de que
Casi nunca, salvo hermosas excepciones,
Era consciente de que era
Lo primero.
No lo tenía presente al actuar.
Era una fusión casi cósmica.
Se terminó preocupando
Porque el resto se espantaba.
Rompió el espejo
con la fuerza de mil tigres
Los vidrios la quebraron
y volvió a actuar como mujer:
llorando