martes, 6 de julio de 2010

Nido de palabras.-

Cuando hoy le pedí a un amigo que me contara sobre su vida, simplemente le dije: "¿Qué onda?". Entonces, él me respondió: "¿Qué onda con qué?". Le pedí que me contara aquello que no se ve. Y entonces caí en la cuenta de la pirueta que mi cabeza estaba haciendo: aaaah, entonces para mí la vida es lo que no se ve.

Leí el otro día una frase de Pessoa que decía que mientras más hablamos, más desconocidos nos volvemos. O algo así como que hablar era la mejor forma de volvernos desconocidos.

Yo hablo mucho, pensé. Incluso sola. Mi cabeza es un nido de palabras.

¿Entonces eso es lo que realmente soy? ¿Lo que no digo? A mí primera psicóloga le dije que decía todo lo que pensaba. Mientras Freud me increpaba desde una pared que es mejor olvidar, me dijo: "Daniela, el mundo sería un caos si todos dijéramos lo que pensáramos".

Cerré la boca aunque quise putearla o dar un portazo. Odio que los psicólogos tengan razón.

Pero en este vaivén (léase, texto) hay palabras que callan. Casi tanto que soy una desconocida para mí. ¿Hay algo más atractivo que despertar cada día sintiéndose nuevo? No sería sentirse extraño, sería como calzarse una camisa de la feria americana y decir: fuiste (de) otro/a, ahora sos mío/a, en algún lado se supone que decía que te iba a tocar. Una resurrección.

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