miércoles, 31 de marzo de 2010

Está bien que así sea

* Pintura de Georgina Joaquín.

Le conté a la vieja que estaba medio triste, decepcionada de cómo la gente me responde a veces. Esta noche me siento medio sola en el mundo. Quizás sea tan sólo una manera de hacerme la canchera como cuando masco chicle de costado y haciendo ruido cual adolescente rebelde, o quizás sólo sea un estado parecido a la estupidez.
La verdad es que me encanta poder hablar así con la vieja: expulsar el chicle de mi boca, regalarle toda mi humildad. Tenemos noches idílicas: sobremesas que a veces no son tales porque no comemos juntas o porque compartimos el rito mil horas después de haber comido. Hay días en los que hablar con mamá se me hace imposible. Pero hay otros en los que me conmueve su protección –-que ya no es la misma de antes, es tan pura y distinta--, me siento estando en la panza al comunicarme con su intimidad tan dulcemente. Ver que, al fin y al cabo, sus inmensos ojos marrones serán mi eterno consuelo, ante cualquier adversidad --¿quién es incondicional?--.
Pero, más allá de la certeza, descubrir de repente que la relación que tengo con ella es ilimitada y aún sorpresiva. Me conmueve el esfuerzo que hace por entenderme, porque los tiempos cambian y sé que se le complica. De repente me encuentro contándole cosas que no imaginé que le contaría. Y además, noto que no se sorprende demasiado.
Sentí hoy que el afuera era una amenaza a mi paradigma vigente. Los padres, en general, encarnan la peor amenaza. Siempre estamos en tensión con lo que ellos nos quieren inculcar. Cuando mis viejos se van de casa, siento que esa tensión se aliviana, entonces pongo música a todo lo que da, me pego un baño y me digo: “estoy sola”. Respiro, suspiro, hago todo lo que –creo—no puedo hacer cuando están ellos. Es como despilfarrar dinero con una tarjeta de crédito, creyendo que no está pero aún así sabiendo que está. Lo cierto es que la sensación de sorpresa que tengo hoy pasa porque, cuando volví a casa, sentí que mi vieja es más pilla que muchos.
Mamá, con toda la sabiduría de quien ha caminado y observado atentamente, con su tranquilidad tan opuesta a la mía, me dijo: “Te cansaste de la gente demasiado rápido. Yo me cansé hace poquito”. Qué divina. Pensé que me iba a decir algo así como: “Ay Daniela –-con tono de reprimenda--, no seas soberbia y dejá de pararte siempre a observar a la gente desde arriba. Eso está mal”. Bueno, la verdad es que no sé de qué me quejo. En realidad me canso de ser yo gente, creo.
He notado que cuando revelo lo que siento con las vísceras no soy del todo entendida. No critico a los que no me entienden, no. Sé que no es fácil entenderme, del mismo modo en que yo no entiendo a todo el mundo tan fácilmente. Peco de egocéntrica. Lo descubrí el otro día hablando con una amiga, también mate mediante:
--Ani, ¿cómo digo que soy mi centro, al no tener otra manera de ver el mundo más que a través de mis ojos, sin autotildarme de egocéntrica?
--¿Sabés qué es lo que te pasa? Vos sos egocéntrica y eso no está mal. El tema es que vos cargás de conflictividad al término.
He notado eso. Mucha gente se sorprende de la sinceridad. Estoy hablando, básicamente, de la sinceridad con uno. La verdad es que no soy nadie para jactarme de nada. Pero creo que soy demasiado sincera con todo lo que siento. Y noto que no es la actitud más común. Veo que la gente se miente. Se consuela en la mentira, se crea una realidad menos dolorosa. Es una forma de soportar el dolor, de la misma manera en que yo me fumo veinte puchos al día, supongo. Bah… ¿es realmente soportar o es esquivarlo? Antes que quedarme a mitad de camino en el trampolín, prefiero tirarme a la pileta o ni pensar en hacerlo. El traste paspado por el lujo de la permanencia y la comodidad se parece al no-vértigo.
Mamá sintió que su hija había crecido. Le estaba admitiendo derrotas, en la cara (esperando, ¿qué? Lo mismo de siempre). Pero mientras los otros le insistían con verdades que no son las propias –-ella se sentía derrotada, pero los otros le prejuraban que no era así-- y, para colmo, le refutaban sus propias verdades, su madre no le repitió que era "la más linda y la más inteligente”. La miro, se sonrío tímidamente –-como quien está a punto de decir algo gracioso o triste—-y le dijo: “Y sí. Y está bien que así sea”.

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